Como si fuera poco, la vida de Vicky transcurría con una juventud que avanzaba al sonar de las armas y las campanas en El Salvador. Nació en los 50’s, época tal vez florida que como leí hace poco tenía tanto carretas como carros Ford en las calles; terratenientes latifundistas, clase profesional en ciernes y campesinado migrante. No era un secreto la matanza de 1932 pero el país era aún ingenuo. A medida que fue envejeciendo, tanto El Salvador como Vicky, la violencia se fue recrudeciendo. Su color se hizo el más agudo e intenso que se ha visto. Los extranjeros pueden decir «Ah, El Salvador es el de Sandino? ah no, de Farabundo verdad?». Tal era el nivel de escalada bélica que tuvo, que es ahora casi la única fama del país a nivel mundial, eso y las pupusas. No más.
En una biografía que leí de Marilyn Monroe (no me estoy saliendo por la tangente ni comparando sex symbols aunque Vicky afirma que es una india muy sexy) se explica entre líneas que su trastorno borderline o limítrofe de la personalidad -o los diversos diagnósticos que le hicieron- tenía una causalidad estructural. Ejemplo, su mamá y abuela tenían historias psiquiatricosas y medicamentosas que no eran nada graciosas mas bien espeluznantes (inicios de siglo XX, o sea que este tema es algo nuevo: el de los trastornos). No contentos con eso, uno de sus 3 esposos era un productor de cine que estaba siendo perseguido por la paranoia anti comunista de la época. Al ser perseguidos por la CIA y demás, parte de su triple trastorno (la paranoide), cogió fuerza y con toda la razón. La constante vigilancia generó más inseguridad. Los otros 2 esposos según ese texto me parecen machistas pero en esa época eran comportamientos más o menos aceptables. Esto por mencionar un par de aristas de esa causalidad: la familiar-afectiva, la social y la congénita. Un trastorno no se desarrolla solo, pues. Eso traía a colación.
Volviendo a Vicky, la sempiterna histeria de sus padres violentos, el matoneo cruel de su hermano mayor sólo acallado por su muerte temprana y trágica en la carretera al puerto de La Libertad y claro, sin más libros ni ayuda acertada en los primeros momentos, la llegada de un novio taciturno, traumado y neurótico desarrollaron en Vicky una inseguridad con poquitísimos límites, o sea, desbordada. Esta solo es la parte familiar de la causalidad estructural inicial (porque hubo más tragedias automovilísticas, su vida siguió calamitosa aún después de los acuerdos de paz). El país comenzaba su espiral inacabada de violencia e iba a llegar a sus más altas consecuencias. Famosos por violentos, recordemos. En el mapa, El Salvador se volvió una bola de fuego iracundo: secuestros, desaparecidos, asesinatos a quemaropa, masacres de incontables personas en cantones, caseríos con pocos o ningún sobreviviente para contarlo, una guerra civil absurdamente sangrienta. Por si fuera poco, no era solo entre los bandos declarados en guerra sino entre todo aquel que se atreviera siquiera a alzar alguna mirada u opinión en torno al conflicto: se lo quebraban. Estudiantes: se los quebraban, profesores: se los quebraban también. Acribillando el análisis, el entendimiento y el conocimiento. La gente forraba sus libros de temas sociales con papel de regalo por si los cateaban en el bus o en la casa. Los guardias les baleaban los libros y se los llevaban presos. Por leer. Mataron al mismo arzobispo del país y cantidad de sacerdotes de toda índole que al predicar el amor o ayudar a los pobres como dicta el evangelio eran tachados de agitadores. Todo estaba color de hormiga. De hormiga brava.
Ahora imaginate ser mujer en ese tiempo.
Pareciese que todos los varones de la vivencia de Vicky, de su momento en esta vida, tenían vidas muy deplorables, además de controversiales y con finales desagradables y fatales. En su confuso y escondido amor a la vida, Vicky creyó en tales figuras masculinas pues en esa época ser mujer dolía más que ahora, había menos espacios para pensar diferente o ser libertaria y estos seres construidos se habían vendido como salvadores, proveedores y protectores sin siquiera preguntarles… así que confió en ellos hasta el final, hasta las últimas consecuencias, como la guerra. Hasta el tope. A pesar de todos los embates de la vida.
No era en vano que Vicky no encontrara mucho su destino sino el que la vida le fue mostrando. Desistió de varios planes e hizo frente a otros imposibles de tacklear. Por ello dedico varios posts a ella… A ver si un día, entre todos esos posts, entiendo mi vida o al menos hago un libro.
No imagino un panorama así a mi edad o antes. Fui criada con miedo pero ya era más postguerra. ¿Cuál será peor? ¿Pre o post? ¿La olla de presión que crece o la ya estallada, chorreada, jodida y quemada? ¿De qué manera la causalidad estructural de un trastorno salpica todo a su al rededor? ¿Cómo se configuraron los baby boomers salvadoreños? ¿No será que eran muy babies para hacer tanto boom? ¿Es normal tanta anormalidad? Ahora que trajimos esa palabra otra vez con el coronavirus: la nueva normalidad. Son preguntas de tesis. ¿Será la depresión permanente de Vicky sólo un síntoma de trauma de guerra?
El Salvador está para ser mostrado. Para que nacionales y extranjeros de todos lados lleguen acompañados de un salvadoreño que cuente la historia de buena manera. El Salvador necesita ser contado. Tan pequeño y tan grande. A través de vidas sueltas como la de Vicky, trascendentales para mí y mi Electra pero una vida más de todos aquellos millones que recuerdan tan duras épocas.
Esta es una manera de entender mi historia. La de mi familia y la de mi país; la de mi mamá y lo que transcurrió al rededor de su útero.
Vicky, su mirada taciturna y sus piernitas menuditas.
Vicky: la tercera de derecha a izquierda con todos sus primos.